
En el mes abril del 2002, las Naciones Unidas aprobaron una resolución ante el comprometido escenario en las que se encuentran millones de emigrantes, debido, entre otras cosas, a que no viven en sus estados de origen, a las dificultades que tienen a raíz de las incompatibilidades de idioma, costumbres y cultura, a los conflictos económicos y sociales, y los obstáculos para la vuelta a sus países, sobre todo para quienes no poseen documentos (indocumentado) o que se encuentran en una situación “irregular.” Nada más haré un breve paréntesis para comentar que todo ser humano tiene una identidad, una cultura, un nombre, el hecho de no demostrar su estabilidad en determinado país, no significa que esté perpetrando un delito o que debe ser causa para tildarlo como anormal. Dicen que una América sin inmigrantes es inimaginable; equivalente a una página en blanco, a una frecuencia muerta, en definitiva, es una pantalla vacía. Proféticamente ya lo expresó Dolores Cacuango, una incuestionable líder Indígena ecuatoriana fallecida en 1971, "Somos como la paja del paramo que se arranca y vuelve a crecer... y de paja de paramo sembraremos el mundo.”
Ahora bien, retomar el tema que nos atañe, con esta resolución las Naciones Unidas, pretendía que todas las naciones crearan condiciones para promover mayor armonía, resignación y respeto entre los inmigrantes y el resto de la sociedad en los países en que residen, con miras a eliminar las manifestaciones de fanatismo, antipatía y otras formas de exclusión y trato inhumano contra los inmigrantes, principalmente mujeres y niños, que son los grupos más vulnerables.
Sin embargo, aunque muchos países han adoptado algunas providencias y han creado condiciones optimistas para los inmigrantes, la situación de éstos se deterioró por la crisis económica de los últimos años y los cambios geopolíticos, particularmente en América Latina, donde se han creado bloques de izquierda y de derecha que han polarizado la región.
Colombia es un caso particular debido a los conflictos internos que por más de un siglo la han abrumado. Primero por circunstancias sociales y políticas, y posteriormente, en las últimas seis décadas, por la presencia de la guerrilla, el narcotráfico y paramilitares. Esta situación originó, inicialmente, el traslado interno de campesinos e indígenas, y luego el desplazamiento de nacionales hacia las fronteras y fuera de ellas, con lo que Colombia se convierte en un país con miles de refugiados en el exterior, cuya cifra, según las más flamantes estadísticas, supera los 4 millones.
Los colombianos, con muy pocas excepciones, han tolerado, y todavía hacen cara, a la discriminación y la estigmatización por el sólo hecho de su nacionalidad, ya que frecuentemente son catalogados como narcotraficantes, guerrilleros o paramilitares, o comparados con ellos, conforme lo señala el Director de la Fundación Esperanza, que trabaja por los derechos de los emigrantes Colombianos. “En muchos países receptores de emigrantes, hay una actitud xenófoba y excluyente en general. Los colombianos arrastran con el estigma del narcotráfico y la violencia.”
Lamentablemente, en algunos países de Sudamérica, pese a que existe un acuerdo de libre movilidad, algunos Gobiernos han impuesto medidas restrictivas a los colombianos. A mi modo de ver las cosas, esto es como dice el argot popular, un “tiro en la nuca” a la libre movilidad y constituye una política irrazonablemente arbitraria.
“En el caso de España, la situación abarca a todos los latinoamericanos. Hay una denominación despectiva y despreciativa… Sin embargo, es preciso reconocer que muchos empresarios españoles y europeos prefieren a los colombianos porque reconocen que son muy buenos trabajadores”, destacó el Director de esta Fundación.
Pero también, en otros países, como en Estados Unidos, los colombianos, y en general los latinoamericanos, son discriminados y se enfrentan a un espinoso entorno. Es popular coincidir que la utopía del sueño americano si existió pero hace algunos años. En medio de éste aprieto económico lo común es escuchar, “primero el trabajo es para los nacionales estadounidenses y segundo para los inmigrantes”,
Hoy en día, la difícil situación económica, el severo trance financiero mundial, pero también el amor por la patria, están llevando a millones de emigrantes y a miles de colombianos, por supuesto, a regresar a su lugar de origen, porque como dicen varios resignados patriotas, es mejor vivir en su país, pobres, y no como esclavos y humillados en una nación ajena, aunque retrocedamos a vivir esa gran desigualdad; la más insultante riqueza junto a la más intolerable indigencia.
Sea como sea, la situación está como un abrazo de pulpo, en todos partes se “cuece habas,” no solo para quienes tienen alguna señal particular; personalmente, los colombianos que he conocido en mí travesía por este país, son como su pan de pueblo, las deliciosas arepas “por ser tan anónimas en sabor pueden acompañar a cualquier alimento sin perturbarlo, y caen bien en cualquier situación.”
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